Un premio
Nobel en el club de lectura
Para los apasionados por la lengua de Cervantes , entre los que nos encontramos los miembros del club, el Congreso de la Lengua Española en Puerto Rico no ha pasado desapercibido. Nos ha alegrado constatar que el autor de “El pez dorado”, leído este curso, sea un admirador del español y que hable nuestra lengua. Resulta que ha sido el ponente más importante de la primera jornada del Congreso y ¿con qué nos ha ilustrado? Pues nada menos que ha venido a decir que el libro del Quijote lleva siendo para él un libro-guía desde hace mucho tiempo, tanto que sigue leyendo en el ejemplar de su bisabuelo, editado en 1845
Os ofrecemos una entrevista y un resumen de su conferencia sobre El Quijote. Ambos están tomados de El Pais (15/03/2016) Su contenido puede ayudarnos, de primera mano, a entender la obra de este Premio Nobel. Marisa Cuéllar fue quien hizo el comentario de “EL pez dorado” Podéis repasarlo yendo al blog, a ETIQUETAS y haciendo click en J.M.G. LE CLÉZIO; se os abrirá el comentario.
J. M. G. Le Clézio, que aprendió español
en México, habla con sus lectores en el Congreso de la Lengua Española en
Puerto Rico
¿Qué hace un escritor francés en un congreso de la lengua española?
Hablarla. Empeñado en demostrar que el cosmopolitismo del español va más allá
de la euforia estadística y de su enorme geografía transatlántica, el
presidente del comité organizador del congreso
de Puerto Rico, Héctor Feliciano, ha querido invitar a autores que
“siendo grandes figuras en otros idiomas hablan el nuestro”. Es el caso del premio
Nobel de Literatura de 2008, Jean-Marie
Gustave Le Clézio, que nació en Niza hace 75 años pero se ha pasado la vida viajando. Él dice
que “por casualidad”.
Este lunes, en una sala del Centro de Convenciones que acoge en San Juan el
VII Congreso de la Lengua, rodeado por un círculo informal de 40 personas –39
mujeres y un hombre- que habían leído su obra en distintos clubes de lectura de
la isla, el autor de El
libro de las huidas arrancó con dos advertencias: “Mi
español es callejero y mexicano”. También dijo que ni siquiera es correcto del
todo porque nunca lo ha estudiado formalmente: lo aprendió en las calles de
México mientras cumplía con el servicio de cooperación internacional que se
buscó cuando era un veinteañero decidido a evitar la mili francesa. Primero lo
mandaron a Tailandia. Allí le fue mal, dice tirando de eufemismo, y le dieron a
elegir: o el cuartel o México. La elección estaba clara y su estancia en
América se prolongó más de lo previsto cuando, visitando Panamá conoció a unos
indígenas: “Como en la selva iban desnudos, para ir al pueblo se vestían
harapos. Pese a todo, parecían príncipes. Me interesé por ellos y me invitaron
a que los visitara. Fui en piragua y me quedé tres años. Vivía del trueque. Yo
les daba arroz que compraba cuando salía de la selva y ellos me daban lo que
necesitaba”. Se marchó, todavía lo cuenta con un largo rastro de pena, cuando
apareció el narco.
La otra advertencia fue una respuesta a la pregunta de una lectora: ¿qué
supuso para usted el Nobel? Respuesta: “Ganar tiempo. Un escritor necesita
tiempo para escribir pero también necesita ganarse la vida. A veces recurre a
oficios que terminan por impedirle escribir. El Nobel significa
tiempo. ¿Notoriedad? También, pero eso se pasa. El primer Nobel fue francés, el
poeta Sully Prudhomme. Hoy está olvidado. Los que hemos ganado el premio
sabemos que no duramos muchos”.
Durante la charla se habló de lo divino y lo humano, pero la conversación
de centró en El
africano, la novela en la que Le Clézio cuenta su
infancia en Nigeria, adonde fue para encontrarse con su padre. “Nació un
encargo de mi editor”, explicó el novelista. “Me pidió una autobiografía y yo
le dije: ‘Si no tengo vida, ¿cómo voy a tener autobiografía? Pero conozco a
alguien que la tiene: mi padre”. Nacido en Isla Mauricio su padre había
estudiado medicina tropical en Londres, una formación que lo llevó a África
como médico del ejército británico obligado a encargarse de todo: de un parto o
de una autopsia. Le Clézio nació en Niza en 1940 pero no conoció a su progenitor
hasta los siete años. La Segunda Guerra Mundial separó a sus padres y a él se
crio al lado de su madre y su abuela, que se dedicaba a rebuscar verdura por
los mercados para darles de comer: “No conocía la autoridad. La conocí cuando
conocí a mi padre, criado en la disciplina inglesa, o sea, a bastonazos. Vargas Llosa me contó que
a él le pasó algo parecido, aunque su padre lo había abandonado. El mío no. El
amor de mis padres, primos hermanos con educaciones opuestas, sobrevivió a la
guerra. Me parece admirable. La época era difícil y el amor se volvió
importante. Ese es un libro que tengo que escribir un día”.
Cuando una lectora le señala que en El africano se palpan los
paisajes y se toca a los personajes, Le Clézio agradece el elogio pero añade un
matiz:
-“Es una
realidad hecha de imaginación y de instinto”.
-“De pura
memoria no sería”, replica fulgurante de uno de los presentes. El escritor
sonríe. Y se explica: “Nunca volví a ese pueblo. Cuando escribía el libro iba
preguntando a mi hermano, que es dos años mayor. Aun así, no estoy seguro de
que sea verdad todo”. Sí lo es, dijo, la sensación imborrable de llegar a
África –“resplandecía, era abierto, llena de fruta”- desde una Europa de
posguerra, “enferma y cerrada”. Fue en el trayecto desde Francia hasta Nigeria
donde escribió su primer libro: “El viaje duraba mes y medio en barco. Yo tenía
siete años y me aburría. Me puse a escribir una novela. ¿Y de qué trataba? De
ese viaje”.
¿Por qué no
ha vuelto a su pueblo africano? Pálido y espigado, Le Clézio deja flotar la
pregunta un instante antes de responder: “La guerra de Biafra a finales de los
años sesenta produjo un millón de muertos. Fue la primera guerra por hambre de
los tiempos modernos porque los yoruba sitiaron a los igbo. La mayoría de los
niños que yo conocí están muertos. La colonización creó artificialmente países
en los que se obligó a convivir a pueblos que siempre habían vivido separados.
Dejó, además, una herencia nefasta: la corrupción, que siempre es un resto del
poder autoritario”. En ese momento sonó un móvil. Era el del escritor.
Devueltos a la charla, Le Clézio sorteó con humor una pregunta doble: ¿El africano es su obra
cumbre? ¿Será capaz de volver a escribir algo así? “¡Espero que sí! ¿No dicen
siempre los escritores que su próximo libro será el mejor?”. Él, confesó,
terminó escribiendo igual que terminó hablando español: casualidad. Primero
quiso ser pescador, luego marino de la armada francesa, oficio que tenía vedado
como hijo de militar británico: “Se acabó el sueño de ser como Conrad. ¿Qué me
quedaba? Imaginarlo. Y me puse a escribir”. Eso sí, siempre escribe, insistió,
sobre algo que le ha pasado o que le han contado. “El pez dorado surgió porque
una chica africana me contó en Boston que a su abuela la raptaron cuando era un
bebé, la metieron en una bolsa y la vendieron en un mercado”. La expectación se
cortaba y Le Clézio relajó el ambiente antes de terminar. “Si usted me cuenta
su vida”, le propuso a la lectora que tenía en frente, “yo escribo la novela”.
Le Clézio
y el 'Quijote': La Mancha llega hasta el mar
"El escritor
francés, Nobel de 2008, explica en el Congreso del Idioma su historia con la
novela y su valor moral actual.
Resulta que Jean-Marie Le Clézio habla
español razonablemente bien. Él dice que tiene acento mexicano, porque lo
aprendió entre Michoacan y el DF, pero la realidad es que suena a... a francés,
¿a qué iba a sonar?. Dice yudios en vez de judíos,
pero las imprecisiones dan un poco igual cuando arranca a hablar del Quijote.
Esta tarde, el Nobel francés, ha sido el
ponente más atractivo de la primera jornada delCongreso de la Lengua
Española que organizan en San Juan de Puerto Rico, entre
otros, el Instituto Cervantes y la Asociación de Academias del Español.
Miguel de Cervantes, que una vez más está de centenario, era el tema de su
charla.
En principio, la conferencia de Le
Clézio tenía pinta de evocación sentimental. El escritor contaba por la mañana
que pensaba hablar de su recuerdo como lector vinculado a la novela de
Cervantes. El ejemplar que tomó de la biblioteca de su bisabuelo, el efecto que
le produjo... Ese tipo de cosas.
Y algo de eso hubo: el ejemplar del
bisabuelo era de color café con leche, tenía motivos en dorado y había sido
editado en 1845. El bisabuelo había sido juez en la isla de Mauricio, que es un
destino que suena muy novelesco. Aquel Quijote de 840 páginas
y, a su lado, sorpresa, el Lazarillo de Tormes fueron las
lecturas que abrieron la puerta de la edad adulta para Le Clézio. "Encontré
en ellos más verdad que en los cuentos que había leído hasta entonces".
Y por ahí fue el resto de la
conferencia: por el sentido moral que la aventura del hidalgo Quijano conserva
para Le Clézio y para nosotros, sus contemporáneos de 2016. "Quijote
y Sancho son los primeros antihéoes de la literatura moderna. Nos son próximos
y, a la vez, nos alejan de la realidad que vivimos. Son débiles,
entrañables, ridículos y rebeldes contra la injusticia, aunque son incapaces de
deshacerla".
Y aquí la paradoja feliz: el Quijote,
según Le Clézio, es el producto de un rasgo "esencialmente español"
que el novelista francés formuló como una mezcla de humor propio, sentido de la
honra e individualismo. No está tan mal, ¿no? Pero, al mismo tiempo, es
universal. El joven Jean-Marie lo leía en Niza y pensaba que los gitanos que
habitaban no se qué plaza de la ciudad parecían personajes de quijotescos. O lo
releía en Mauricio y creía que La Mancha era, en el fondo, lo mismo que
aquella Francia ultraperiférica. Y, por eso, al cabo de unos años, leía el Viaje
al final de la noche de Céline y caía en que el periplo de
Ferdinand, su protagonista, era otra variación de Cervantes.
El juego de símiles ha llevado a Le
Clézio hasta los refugiados sirios y los emigrantes africanos que viajan como
fantasmas por Europa, a la espera de que alguien que abreve su sed y calme su
hambre... como dijo Sancho"
1 comentario:
Gracias Isabel por estar siempre atenta y rápida a todo lo que te mandamos . Me ha gustado lo que has añadido de Le Clezio
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